miércoles, 21 de marzo de 2012

AMOR DE LEJOS POR FERNANDO RIVAS

Hoy he caminado en la playa desde el Faro ubicado al final de un camino rocoso, hasta el otro extremo, donde está el barco que va a Long Island. Es un hermoso día, soleado, el cielo totalmente azul, diáfano y ensoñador. Se percibe el aroma inconfundible de la primavera. Y con ella, nuevas ilusiones y alegrías. Mientras contemplo la lejanía, lo que se pierde en la distancia, bajo un árbol, alguien se acerca y me dice: Yo a usted lo he visto en alguna parte. Lo observo detenidamente. Es el vendedor de arepas que solía ubicarse en una esquina de la Plaza Sabaneta justo al lado de la iglesia colonial del pueblo, famosa, porque tiene una virgen muy especial: La virgen de los sicarios, como se le conoce popularmente. La plaza está rodeada de bares y discotecas. Claro que me acordaba. En esa esquina vendían toda clase de pizzas, pinchos, y carne con arepa de choclo. También recuerdo al socio de Carlos, Jorge. Solía hablar con nostalgia de la falta que le hacía la mujer. Un motociclista la atropelló mientras caminaba por un andén, causándole la muerte, en plena luz del día, y quien siguió de largo como si nada. A Jorge lo asesinaron unos meses más tarde, un Domingo en la madrugada cerca a su casa, en un atraco con arma blanca. Esa noche Carlos  llevó a su hija de 5 años al hospital y de haber estado allí hubiera corrido con la misma suerte.

La hija de Carlos vive en casa de la abuela. Las razones por las cuales no está con la mamá, me explica, es el resultado de lo que le sucedió. Hechos que sólo le pasan a los ilusos que como El creyeron en un amor que el tiempo y la distancia se encargan de extinguir. Bueno, no fue así. Es sólo una forma de decirlo, enfatiza.

El trabajo de hacer pizzas es más lucrativo aquí que allá. Siempre debía todo lo que me ganaba. En cambio, aquí, a mí, me ha ido bien. No me quejo. Puedo enviar dinero para que a mi hija no le falte nada y tenga una buena educación. La que Yo no tuve. A Patricia, la madre de mi hija, jamás le volví a mandar un penny después de lo que me hizo. Razón tenían los compañeros de trabajo que se burlaban de mí cada vez que hacía el giro, con frases como "tan cumplido con el dinero para el lechero".

Había llegado a un acuerdo con mi mujer. Ella y Camila, mi hija, se quedaban viviendo en el primer piso de la casa de mi madre mientras ahorraba el dinero necesario para empezar mi propio negocio; Una pizzería-panadería con todos los juguetes. Confiaba en Patricia ciegamente. Una persona que lee la biblia, va al culto, que dice ser hija de Dios y de lo que eso significa para la vida terrenal; más las oraciones, bendiciones, y alabanzas, no me inspiraban un mal pensamiento.
La relación con Patricia se convierte en una relación virtual a través de llamadas al celular. Al principio funcionó. Llamaba y contestaba. Después la señal la mayor parte del tiempo era deficiente y los viernes por la noche no la llamaba porque iba al culto. Eso era lo que ella decía. Mi mamá decía que le dejaba la niña todo el día. Al preguntarle qué sucedía, respondía, que se sentía incómoda viviendo con la suegra. Y todos los días estaba ocupada buscando una universidad para estudiar. La apoyé para que estudiara. Con el tiempo encontró un apartamento y se matriculó en el primer semestre de enfermería.

La visité por una semana con la misma ilusión que tiene un condenado al salir libre de una prisión que incluye la castración como parte del castigo, y que sueña, tener sexo todo el tiempo para desquitarse de las largas noches de invierno, frías, y vacías. Me asusté al verla. Estaba pálida, trasnochada. Le pregunté si estaba enferma. Respondió que había estudiado toda la noche porque tenía exámenes finales. No le creí. Por la forma como se comportaba mi presencia no le era grata, y para no alargar el cuento, sin ganas de nada. Alguien llamó preguntando cuánto tiempo iba Yo a estar en el apartamento. Respondió con desgano que ya el Sábado me iba. Creyó que no la había oído pues en ese momento estaba en el baño. Y me dije, a parte de cínica piensa que soy estúpido. ¿Quién llamaba para saber cuando me iba? Una amiga, quien más podría ser. Siempre tenía una respuesta o disculpa natural libre de toda sospecha. Siempre actuaba con alevosía. Empezar a discutir era un pretexto para el sermón de los pecados de la celotipia y sus fatales consecuencias. Antes de regresar le saqué duplicado a las llaves del apartamento porque era evidente que había gato encerrado.

Una tarde un compañero en la Pizzería me indicó lo fácil que es encontrar amistades en un sitio web. Fui al país,, luego a la ciudad, y al rango de edad. Busqué entre 22 y 24 años. Patricia tiene 23. Me llamó la atención una foto en particular. No mostraba el rostro pero sí unos senos bien provocativos y uno de ellos tenía un lunar. Mucha coincidencia. Mi mujer tiene ese mismo lunar, forma de corazón, en el seno izquierdo. Viajé. No veía la hora de llegar. Tenía que salir de la duda. Tal vez no era ella. Ojala que no, que sea otra mujer y no de quien me enamoré, me repetía, constantemente en todo el vuelo.
Llegué al fin ese Sábado al rededor de las 11 de la noche. Abrí la puerta y vi a Patricia no con uno, sino con dos hombres, y la tenían en una posición que sólo se ve en las películas porno. Estaba en el sofá, habían botellas de aguardiente esparcidas al rededor, y estaban ebrios. Mi primera reacción fue sacar a mi hija de esa casa y salí por la puerta de atrás. Fui directamente a la casa de mi mamá. Me invadió una malparidez cósmica. No encuentro otra expresión más adecuada. Es un sentimiento ambivalente entre amor y odio mezclado con incredulidad.¿Porqué a mí? Estuve unos días encerrado pensando qué debía hacer. Y por si todavía no creía lo que me había sucedido mi mamá cuenta que la Administradora del conjunto residencial donde vivía Patricia recibía quejas constantes de una vecina. Allí no dejaban dormir por el ruido de una cama que golpeaba la pared, como si la martillaran, tarde en la noche. A la hora que yo desesperado llamaba al celular una y otra vez. La administradora fue a comprobar lo que la vecina le decía. Estando allí, la frase que uso no pudo haber sido más elocuente:" Óigala. Es la señora Patricia. Empezaron de nuevo".  Mi mamá no me había dicho nada para no angustiarme. Ya no importaba. En medio de la burla y el desespero alcance hablar con un sicario quien me dijo:"Son tres muñecos. El problema se lo arreglo con 6 paquetes". ( El equivalente a 3000 dólares) Pero no soy un asesino. No vale la pena. Un clavo saca otro, dicen. De lo que sí estoy seguro es que no volveré a confiar en nadie más. Me asomo al balcón a tomar aire, me sentía ahogado, y lo que oigo en la calle es una cumbia, que tiene por título "amor de lejos, amor de pendejos", como si no fuera ya suficiente.          




1 comentario:

  1. ¡Vaya historia la de Carlos! mientras él se rompía el lomo trabajando, la otra gozaba un puyero. Veo que has mezclado palabras de Colombia, con venezolanas, como arepa, Choclos, los choclos son de Perú, es la mazorca de maíz de enormes granos, blancos y jugosos.
    Sigo descubriendo un potencial escritor, Fernando, y la historia es descarnada y realista. Te aconsejaría para no caer en confusión, que entrecomillaras lo que Carlos cuenta, o lo escribieras en cursivas. Así no se confundirá el lector con los pensamientos del narrador, ese que camina por la playa y se encuentra con Carlos. Si es que entendí bien.

    Besos,
    Blanca

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